jueves, 31 de julio de 2014

DIARIO DE TERESA

Hola a todos.
Se suele decir que el uso del diario entre las señoritas de buena familia y las jóvenes aristócrata empezó a ser común a partir del siglo XVIII, pero se popularizó a partir del siglo XIX.
Las novelas en el siglo XVIII solían estar contadas en primera persona por el protagonista. O bien también podían ser novelas epistolares, un grupo de cartas que se enviaban distintas personas contando por su propia voz y dando su propio punto de vista sobre lo que estaba ocurriendo. Las amistades peligrosas son un buen ejemplo de este tipo de novelas epistolares.
El caso que nos ocupa corresponde a Teresa. Ella también tuvo un diario. Y volcaba todos sus sentimientos en él. Sus sueños, su dolor, su desesperación.
El diario de Teresa no aparece en El corazón de Carolina. 
Pero es justo conocer los sentimientos y los pensamientos de Teresa.

                               Lo único que me gustaría hacer en estos momentos es morirme. 
                               El Sol ha salido esta mañana. 
                              Pero no soy capaz ni de acercarme a mi escritorio a escribir. No puedo.
                             ¡Odio tener que usar esta maldita silla de ruedas! Tropiezo con todo lo que hay en mi habitación. 
                              Mi doncella me dice que me quede en la cama. Ella se encargará de buscar mi diario. 
-Hace bien en escribir un poco, señorita-me dice. 
                             Yo tengo que ver cómo abre el cajón de mi tocador con la llave que le he dado. Es en el cajón de mi tocador donde suelo guardar mi diario. 
-¡No lo leas!-le ordeno indignada-¡Es privado!
-Es su vida, señorita-dice mi doncella-Y yo respeto todo lo que usted haga. 
                          Me mira con compasión mientras coge mi diario. No soporto que nadie me mire con compasión. ¿Por qué no habré muerto cuando el caballo me tiró al suelo? 
                         Es muy difícil escribir unas miserables líneas en esta cama. La doncella me ayuda a recostarme. 
                         Maldigo mis piernas porque están muertas y no volverán a moverse nunca más. 
-El doctor vendrá a verla dentro de un ratito-me informa mi doncella. 
-¡Ojala no venga nunca!-mascullo con rabia. 
                        Puedo sentir que hay gente en la calle. 
-No llore, señorita Teresa-me pide mi doncella. 
                        Deposita mi diario en mi regazo. No soy capaz de abrirlo ni siquiera. Hacía algún tiempo que no escribía nada en él. 
-¿Y por qué me pides que no llore?-le espeto-¡Mi vida se ha terminado! Nunca más volveré a caminar. El doctor Quesada ha sido muy claro conmigo. Estoy condenada a vivir en una silla de ruedas. ¿Sabes lo que eso significa? Significa que tendría que haber muerto desnucada cuando aquel maldito caballo me tiró. Pero estoy aquí. ¡Estoy viva! ¡Y no es justo que yo esté viva! ¡Desearía estar muerta!
                           Oculto mi rostro entre mis manos. Rompo a llorar de pura desesperación. No quiero ver a nadie. 
                            Tan sólo quiero estar sola. No podría escribir nada en mi diario. Pero necesito desahogarme. Necesito sacar fuera toda esta rabia y este dolor que llevo dentro. Una rabia y un dolor que están acabando conmigo. 
                          Mi doncella busca un soporte para que yo pueda escribir en mi regazo. 
                         Utiliza unas tablas de madera que encuentra en las caballerizas. Se acuerda de ellas. Va a buscarlas. Yo seco con mis dedos las lágrimas que mojan mis mejillas. 
                          Mi doncella regresa y coloca las tablas, apenas pequeñas, sobre mi regazo. Pone mi diario encima de las tablas. Va a mi escritorio. Me entrega la pluma y el tintero. 
-Escriba todo lo que siente, señorita-me exhorta-Se sentirá mejor. 
                         No me sentiré mejor, pienso con tristeza. 
                         Nunca volveré a ser quien fui una vez. Una joven a la que le gustaba mucho correr. Una joven que disfrutaba montando a caballo. 
-Gracias...-digo con un susurro. 
                         Mi doncella me acaricia el cabello con la mano. 

lunes, 14 de julio de 2014

SEGUNDA PARTE DE "UNA CARTA DE AMOR"

Hola a todos.
Hoy, os traigo la segunda parte de mi relato Una carta de amor. 
Este relato está publicado en mi blog "Un blog de época" y forma parte del "Reto de Febrero", que celebró el blog "Acompáñame" para celebrar San Valentín hace un año. Consistía en publicar un relato en tu blog que contara una historia de amor y que tuviera final feliz.
Se cogían todos los relatos y se unían en una Antología que se podía descargar de manera gratuita.
Podéis leer el relato en este link:

http://unblogdepoca.blogspot.com.es/2013/02/reto-de-febrero.html

Me he animado a escribir una segunda parte un poco más corta.
Después de pensarlo mucho, me he animado a subirla a este blog.
Espero, de corazón, que os guste.

UNA CARTA DE AMOR

               ISLA DE ANGLESEY, EN LA COSTA DE GALES, 1801

             Mi querida Jane:
            ¿Piensas a menudo en el amor? ¿Entiendes lo que siento por ti? Me cuesta trabajo expresarme. No sabía lo que era amar hasta que apareciste en mi vida. No quiero sonar falso. Es así como me siento. ¿Lo sientes tú?
            Oigo cómo cae la lluvia desde la ventana de mi habitación. El cielo se torna cada vez más oscuro. Oigo truenos. ¿Qué sientes cuando oyes el sonido del trueno, Jane? ¿Te sobresaltas?
            Veo cómo las olas van a morir contra las rocas. No se ve ningún barco en la distancia. Todos los barcos han regresado a puerto. ¿Te acuerdas de cuándo nos conocimos? Fue un día de mercado. Ibas acompañada por tu doncella.
            Nos hemos visto en la playa. Me despierto a medianoche pensando en ti. Recuerdo todas las palabras que nos hemos dicho. Hemos bailado juntos el vals.
            Nos amamos. Y quiero que nos amemos siempre. Nuestro lugar favorito para vernos es la playa. En una cala, donde nadie puede vernos. Ni siquiera tu doncella sabe que vienes a verme.
            Eres la mitad de mi alma, mi adorada Jane. Sentados en la arena, vemos las barcas de los pescadores. Las vemos cómo regresan a la costa. La jornada de trabajo ha terminado. Tú me miras. Me sonríes.
            No nos importa nada en esta vida. Sólo estamos tú y yo. No hay nadie más en la playa. ¿Quién puede molestarnos? ¿Quién puede decirnos que nuestro amor está prohibido? Soy tuyo. Cada beso que nos hemos dado así te lo confirma.
            Recuerdo la otra noche, cuando viniste a verme a mi casa. Llevabas puesto un vestido de color azul claro. Me contaste que hacía algún tiempo que habías empezado a llevar el cabello recogido. El moño que lucías era asombrosamente favorecedor. Te conté que me había quedado sin aliento cuando te vi en el mercado la primera vez. Hacía poco que había llegado a la ciudad. Buscaba trabajo en una mina de cobre. Mientras estoy bajo tierra, pienso en ti. Y noto cómo ya no me rodea la oscuridad.
            Empecé enviándote flores. Me contaste que habías sido presentada en sociedad en Cardiff. Te viste asediada por multitud de admiradores. No soportas a esos petimetres aristocráticos. El sentimiento es mutuo. No soportas que te besen la mano y te reciten poemas que no son suyos.
            Eres distinta, Jane.
            Cuando te vi, lo supe en el acto. No eres como las demás mujeres. No te gustan los halagos empalagosos. Te aburres con los bailes. No quieres ser sólo un florero. No quieres ser subastada al mejor postor en el Mercado Matrimonial. Tienes tus propias ideas. Tienes tus sueños. Por eso, deseo de corazón ayudarte. Porque quiero ser yo quien haga realidad todos tus sueños, mi amada Jane.
            Cada beso que te doy. Cada vez que te cojo la mano. Cada vez que acarició tu rostro con la yema de los dedos. Cada abrazo que te doy. Intento demostrarte todo el amor que siento por ti. Y tú me correspondes besándome.
            Hay un hombre rondándote.
            Va a visitarte con frecuencia a tu casa. Te regala flores cuando os veis en el salón. Siempre está tu doncella con vosotros. Os vigila. Ese hombre es conde. Puede poner la Luna a tus pies si así lo deseas. Tú le escuchas hablar con gesto distraído. ¿Estás pensando en mí, Jane?
            La otra noche…
            La otra noche, yacimos en mi estrecha cama en mi habitación. Tú y yo…Tú llevabas puesta tu camisola interior. Yo estaba completamente desnudo. Te tuve entre mis brazos y pude abrazarte como quería. No podía dejar de besarte. No podía dejar de acariciarte. Mis manos recorrieron todo tu cuerpo. Mis labios se deslizaron con suavidad por tu cuerpo. Llené de besos tus hombros desnudos. La otra noche, amada mía, fuimos uno.  
              Nos poseímos otra vez de manera mutua, Jane. 
              No lo has olvidado. ¿Verdad que no lo has olvidado? 
               No quería quedarme dormido aquella noche. Tan sólo quería recordar cada segundo que viví a tu lado. 
                  Los momentos que habíamos compartido. ¿Piensas en ellos, Jane? Yo los tengo grabado a fuego vivo en mi mente. En mi corazón...
            Cuando me desperté, lo primero que vi fue tu sonrisa angelical. Te di un beso en la comisura de los labios y pensé que había muerto. Y que estaba viendo a un ángel. Entonces, supe lo que de verdad quería.
            Supe que bajar todos los días a la mina de cobre podía valer la pena si te tenía a mi lado el resto de mi vida. Nos hemos hecho muchos juramento de amor eterno y puedo confiar en que tus palabras son sinceras. Porque el amor que me profesas es tan grande como el amor que te profeso, mi amada Jane.
            Porque este amor que siento por ti no se acabará nunca. Iluminas mis días cuando estoy en la mina. Y sueño contigo cuando llega la noche. Eres una estrella que Dios ha puesto en mi camino. Brillas igual que la Luna llena. ¿Te gusta mirar a la Luna, Jane? ¿Oyes el sonido embravecido de las olas?
            No te pido mucho. Tan sólo te pido que me ames. Que me ames tal y como soy.
            Te digo una cosa.
            Hace poco, me juré a mí mismo que nos íbamos a casar y soy un hombre que cumple sus promesas. Porque no imagino mi vida sin tenerte a mi lado hasta que los dos nos hagamos viejos. Quiero verme reflejado en tus ojos. Quiero que esos ojos tan bonitos que tienes se iluminen cada vez que estemos juntos.
            No quiero que este amor muera. No lo vamos a dejar morir, mi adorada Jane. ¡Te lo juro! ¡Te amaré siempre! ¿Me estás escuchando? ¡Siempre! Nunca dejes de amarme. ¡Te lo suplico!
            A pesar de todo…Aunque se opongan los demás. Aunque me muera en el interior de la mina. Aunque el mundo estalle en mil pedazos. Mi corazón te pertenece.
            Liam.

sábado, 5 de julio de 2014

DESCRIPCIÓN DE CAROLINA

Hola a todos.
Hoy, os dejo con una pequeña descripción de nuestra protagonista, Carolina.
Se trata de una joven de unos dieciocho años. Llevaba su cabello de color rubio claro recogido en una trenza o en un moño. Es una muchacha preciosa. Vive con sus padres en una casona, junto con su prima Teresa. Es como una hermana mayor para ella. Carolina acude a menudo al cementerio a visitar la tumba de su hermano mayor, Martín, muerto en la niñez.
Sus ojos son de color verde con destellos azulados. Sus labios son de trazado delicado. Su nariz es pequeña y puntiaguda. Sus pestañas son largas y espesas. Y su piel es blanca como la leche.
Sé bien lo que vais a decir. ¡He descrito a una Mary Sue!
Y aquí os dejo con una foto de cómo podría ser Carolina.



Sí, es la cantante estadounidense Taylor Swift. Os pido que os la imaginéis vestida al más puro estilo siglo XVIII, de esta guisa:

miércoles, 2 de julio de 2014

UNA ESCENA ELIMINADA DE "EL CORAZÓN DE CAROLINA"

Hola a todos.
Cuando uno escribe una novela, escribe todo lo que cree que esa novela necesita.
Cuando la va a publicar, la relee y quita todo aquello que no necesita.
Es lo que me ha pasado con El corazón de Carolina. 
Esta escena es inédita y no aparece en la novela.
Espero que os guste.

                              Carolina sentía que su vida era un completo Infierno. Lo disimulaba. No podía decir nada delante de Teresa.
                              Deseaba poder gritar a los cuatro vientos que estaba enamorada. Por ese motivo, estaba sentada a la mesa del comedor.
                              Era la hora de la cena. La criada sirvió lacón con grelos.
                              Carolina se sentó al lado de Teresa. La joven se sintió insultada cuando el criado retiró la silla en la que solía sentarse. Se limitó a empujar la silla de ruedas hacia la mesa.
-¿Por qué no lo dice de una verdad?-escupió Teresa en cuanto el criado se retiró-¡Soy una maldita inútil!
                              Carolina miró con tristeza a su prima. En los últimos tiempos, Teresa se había limitado a compadecerse de sí misma.
                               Pero tenía mucha razón para obrar de aquel modo. Su vida había quedado truncada. Ya no era la misma joven que había sido antes de sufrir aquel espantoso accidente. Las piernas que había usado Teresa para correr estaban muertas.
                               La gente que estaba a su alrededor la compadecía.
                               Pero eso no era lo peor. Lo peor era que sus pretendientes la habían abandonado. Desde que sufrió el accidente, ninguno acudió a interesarse por ella. Le llegaron unos pocos ramos de flores. Pero aquellos ramos de flores dejaron de llegar cuando corrió la noticia por toda la isla de Tambo de que Teresa había quedado inválida.
-No eres ninguna inútil-le aseguró doña Alberta.
-¡No puedo caminar!-protestó Teresa.
-El médico buscará la manera de que vuelvas a caminar-le aseguró don Jaime.
-¡No quiero ver a ese maldito nunca más!-gritó Teresa.
                                  Carolina guardó silencio. Teresa no sentía la menor simpatía por Tomás. En su opinión, el médico no estaba haciendo nada por ayudarla a volver a caminar.
                                  Carolina se sentía culpable. Aquella tarde, se había visto a solas con Tomás.
                                  Se encontraron en la pequeña cala de la isla. Todavía podía sentir los labios de Tomás sobre sus labios.
                                   Recordaba cómo la había besado con tanta pasión que Carolina pensó que se desmayaría. Recordaba cómo se había atrevido a acariciarla por encima de la ropa. Fue ahí cuando se apartó de él, visiblemente avergonzada.
                                  Las mejillas de Carolina se encendieron con el recuerdo. Teresa no lo sabía. Pero, antes o después, acabaría sabiéndolo.
-El lacón está muy bueno-comentó.