Hola a todos.
Se suele decir que el uso del diario entre las señoritas de buena familia y las jóvenes aristócrata empezó a ser común a partir del siglo XVIII, pero se popularizó a partir del siglo XIX.
Las novelas en el siglo XVIII solían estar contadas en primera persona por el protagonista. O bien también podían ser novelas epistolares, un grupo de cartas que se enviaban distintas personas contando por su propia voz y dando su propio punto de vista sobre lo que estaba ocurriendo. Las amistades peligrosas son un buen ejemplo de este tipo de novelas epistolares.
El caso que nos ocupa corresponde a Teresa. Ella también tuvo un diario. Y volcaba todos sus sentimientos en él. Sus sueños, su dolor, su desesperación.
El diario de Teresa no aparece en El corazón de Carolina.
Pero es justo conocer los sentimientos y los pensamientos de Teresa.
Lo único que me gustaría hacer en estos momentos es morirme.
El Sol ha salido esta mañana.
Pero no soy capaz ni de acercarme a mi escritorio a escribir. No puedo.
¡Odio tener que usar esta maldita silla de ruedas! Tropiezo con todo lo que hay en mi habitación.
Mi doncella me dice que me quede en la cama. Ella se encargará de buscar mi diario.
-Hace bien en escribir un poco, señorita-me dice.
Yo tengo que ver cómo abre el cajón de mi tocador con la llave que le he dado. Es en el cajón de mi tocador donde suelo guardar mi diario.
-¡No lo leas!-le ordeno indignada-¡Es privado!
-Es su vida, señorita-dice mi doncella-Y yo respeto todo lo que usted haga.
Me mira con compasión mientras coge mi diario. No soporto que nadie me mire con compasión. ¿Por qué no habré muerto cuando el caballo me tiró al suelo?
Es muy difícil escribir unas miserables líneas en esta cama. La doncella me ayuda a recostarme.
Maldigo mis piernas porque están muertas y no volverán a moverse nunca más.
-El doctor vendrá a verla dentro de un ratito-me informa mi doncella.
-¡Ojala no venga nunca!-mascullo con rabia.
Puedo sentir que hay gente en la calle.
-No llore, señorita Teresa-me pide mi doncella.
Deposita mi diario en mi regazo. No soy capaz de abrirlo ni siquiera. Hacía algún tiempo que no escribía nada en él.
-¿Y por qué me pides que no llore?-le espeto-¡Mi vida se ha terminado! Nunca más volveré a caminar. El doctor Quesada ha sido muy claro conmigo. Estoy condenada a vivir en una silla de ruedas. ¿Sabes lo que eso significa? Significa que tendría que haber muerto desnucada cuando aquel maldito caballo me tiró. Pero estoy aquí. ¡Estoy viva! ¡Y no es justo que yo esté viva! ¡Desearía estar muerta!
Oculto mi rostro entre mis manos. Rompo a llorar de pura desesperación. No quiero ver a nadie.
Tan sólo quiero estar sola. No podría escribir nada en mi diario. Pero necesito desahogarme. Necesito sacar fuera toda esta rabia y este dolor que llevo dentro. Una rabia y un dolor que están acabando conmigo.
Mi doncella busca un soporte para que yo pueda escribir en mi regazo.
Utiliza unas tablas de madera que encuentra en las caballerizas. Se acuerda de ellas. Va a buscarlas. Yo seco con mis dedos las lágrimas que mojan mis mejillas.
Mi doncella regresa y coloca las tablas, apenas pequeñas, sobre mi regazo. Pone mi diario encima de las tablas. Va a mi escritorio. Me entrega la pluma y el tintero.
-Escriba todo lo que siente, señorita-me exhorta-Se sentirá mejor.
No me sentiré mejor, pienso con tristeza.
Nunca volveré a ser quien fui una vez. Una joven a la que le gustaba mucho correr. Una joven que disfrutaba montando a caballo.
-Gracias...-digo con un susurro.
Mi doncella me acaricia el cabello con la mano.
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