miércoles, 20 de agosto de 2014

DIARIO DE CAROLINA

Hola a todos.
Hoy, vamos a ver una nueva anotación del diario de Carolina.
¿Qué será lo que escribirá hoy?

                          Tomás llena de besos mi cara en cuanto aparezco en el viejo castro. 
                         Mi corazón late a gran velocidad. Tengo la sensación de que me voy a desmayar cuando me hallo frente a él. 
                        Me coge las manos y me las besa. 
                        Tengo que decírselo a Teresa, pienso. No sé cómo hablar con ella del amor que ha nacido en mi corazón hacia Tomás. 
                        No lo entenderá. 
-Sabía que vendrías-me dice-Aunque llegues un poco tarde, yo siempre estaré esperándote. 
                        Yo lleno de besos su cara. 



-He pensado en contárselo a Teresa-le cuento-Cuando se lo diga, dependiendo de lo que ella diga, se lo contaré a mis padres. 
-Todo irá bien-me asegura Tomás-Teresa lo aceptará. 
-Quiere que esté con ella. Pero no es ninguna egoísta. 
-Lo sé, cariño. 

viernes, 15 de agosto de 2014

UN BORRADOR

Hola a todos.
Estoy revisando los borradores de todas las historias que tengo a medias.
Este borrador corresponde a una de esas historias.
Es muy confuso. Por eso, en cuanto pueda (y no sé cuándo podré), me gustaría verlo y revisarlo.
Todos los borradores que tengo los iré subiendo a mis blogs tal y como están escritos.
Después, veré lo que hago.
Pero, en un primer momento, los terminaré aparte. Quiero que los veáis y que me digáis que es lo que está mal.
Acepto toda clase de sugerencias y os las agradezco de antemano.
El título es provisional. Y el año en el que transcurre la historia también es provisional. Le falta muchísimo por pulir.

UNA MUJER LLAMADA MEGAN

AÑO 1835

                                        De las cien personas que vivían en la isla, sólo había una que llamaba poderosamente la atención. Desde hacía unas semanas, la hermosísima Megan Saint James vivía en la isla.
            Megan debía de tener cerca de unos dieciocho años. Tenía un fuerte acento escocés. Incluso parecía tener acento nórdico, ya que el lenguaje de los vecinos de la isla tenía un origen más nórdico que sajón. Parecía que hubiese nacido allí. Pese a que intentaba aparentar ser una inglesa mal, no daba el pego. Era una escocesa de pura cepa. ¿Y qué hacía aquella damita viviendo en una isla tan remota como Foula? Nadie lo sabía a ciencia cierta.
            Desde que llegó a la isla, Megan se había acostumbrado a vivir con los habitantes. Incluso había trabado una buena amistad con una chica de la zona.
            Stephanie Hamilton tenía dos diminutivos. O bien la gente la llamaba Fanny o bien la llamaban Tiffany. Estaba acostumbrada. Hacía años, su mejor amigo, Joel, se había ido a vivir a Londres. A estas alturas, Joel estaría casado. O estaría prometido con alguna dama de la alta sociedad. O se habría convertido en un libertino. Durante algún tiempo, le llegaban de manera regular las cartas que le escribía Joel. Pero, de pronto, la correspondencia se cortó de manera abrupta. Sabía que Joel estaba a punto de casarse. La escogida era una tal Sharisse Pennyworthy.
            Pero ya no había vuelto a saber más de él. Sabía que a Joel le gustaba muchísimo Sharisse. ¿Y cómo no le iba a gustar? Incluso la propia Megan conocía a Sharisse. Decía que ellas dos eran las mujeres más admiradas de todo Londres. Pero Sharisse iba a casarse con Joel. Y Megan estaba harta de la vida en la gran ciudad. Por ese motivo, había decidido irse al lugar más lejano que se le había ocurrido.
            Y aquel lugar no era ni más ni menos que Foula.
            Le gustaba vivir allí.
            Megan escuchaba pacientemente a Stephanie cuando hablaba de su amigo Joel y la besaba en la frente para consolarla cuando ella se ponía triste. Stephanie, a su vez, besaba a Megan en la mejilla y le daba las gracias por ser tan amable con ella.
            En una ocasión, Megan le contó a Stephanie que había visto a Joel bailando un torpe vals con Sharisse. En un momento dado de la noche, Joel había intentado besar a Sharisse. La había abrazado con demasiada fuerza mientras bailaban. Luego, él había intentado besarla de nuevo. Pero ella no quería que él la tocase. No le parecía decente. Fue un gran escándalo porque Sharisse arañó la mejilla de Joel en plena pista de baile.
            No veía Stephanie a Joel enloquecido de amor y de deseo por una mujer. Había oído que la tal Sharisse era toda una belleza. Se preguntaba hasta qué punto se había enamorado Joel de ella.
           
            Megan vivía en una casa acompañada por dos personas de mediana edad.
            El hombre se llamaba Lachlan. Era el secretario del padre de Megan. O había sido el secretario del padre de Megan. Por lo que Stephanie sabía, el padre de Megan había muerto cuando ésta era muy pequeña.
            La mujer se llamaba Ophelia y era la institutriz de Megan. Pese a que la joven había debutado en sociedad con mucho éxito, no había querido prescindir de Ophelia. Le tenía muchísimo cariño. El sueño de Ophelia era ver casada a Megan lo antes posible.
            Megan contempló el mar que se extendía ante sus ojos desde la ventana de su habitación. Cerró los ojos. Evocó la época en la que ella había sido feliz. Cuando era pequeña…Jugando en una playa…Desafiando a las olas que venían hacia ella… Riéndose…Megan sintió la presencia de Lachlan en su habitación. Se dio la vuelta. El hombre se dio cuenta de que la joven estaba llorando. Pero ella parecía no haberse dado cuenta de ello.
-Tarde o temprano, tendrá que sincerarse con la señorita Stephanie-le dijo Lachlan, con tono de alguien que había dicho lo mismo una y otra vez-Ella es una muchacha comprensiva. Yo creo que…
-No siga-le interrumpió Megan.
-¿Por qué no me hace caso?
-Me he metido en un lío terrible. Es fácil pedirle ayuda a Stephanie. Pero no quiero que ella me ayude. Me cuesta trabajo mirarla a la cara después de todo…Lo que ha pasado…
-¡Pero usted no hizo nada malo!
-Pero pensé en hacerlo, que es peor.
            Megan recordó Londres y en cómo Joel se había vuelto loco de deseo por la bella Sharisse. Al recordar aquella época, sus mejillas se encendieron.
-Me siento mal…-comentó Megan, dejándose caer en la cama-Me duele la cabeza…
-¿Quiere que avise al médico?-sugirió Lachlan.
-¡Por el amor de Dios, no!
-Oh…Lo había olvidado…
-Usted y Ophelia son los únicos que conocen mi secreto. Sabe Dios que no me alcanzará la vida a agradecerles lo bien que se han portado conmigo. No me han juzgado ni me han mirado con desprecio. Yo me siento bastante mal conmigo misma como para poder mirar a Stephanie a la cara. La quiero muchísimo. Es mi mejor amiga.
-Por eso mismo. Si es su amiga, la comprenderá, señorita. Hable con ella y, quizás, se lleve una sorpresa.
            Megan se llevó las manos a las sienes. Se las frotó con energía mientras trataba de borrar de su mente escenas que le eran desagradables.
-Ella quiere a Joel…-susurró, pero Lachlan la oyó hablar.
-Entonces, juega con ventaja-afirmó el hombre.
-¡Es terrible…!
            Vio a Joel intentando abrazar con pasión a Sharisse…Vio a Sharisse forcejear con él…Vio a Sharisse abofeteándole…Soltándose de él…Huyendo de él…Dejando atrás un reguero de su perfume…
            Joel ya no amaba a Sharisse.
            Había confundido el deseo y la pasión con el amor.
            Megan se tumbó en la cama boca arriba. Miró al techo.
            Entre Joel y Sharisse no había pasado nada malo. Pero ella le había humillado delante de todo el mundo.
            Sharisse se estaba alejando de la mente de Joel. Megan podía estar segura de ello.
-¿Cuánto tiempo vamos a permanecer aquí?-quiso saber Lachlan.
-A lo mejor, no volvemos a Londres-contestó Megan-Esta isla es muy bonita. Es un lugar muy agradable para vivir.
-¿Y qué va a pasar con su vida en la capital, señorita?
-Seguirá sin mí. De todas maneras, no creo que nadie se acuerde de mí dentro de algún tiempo. Usted puede volver si quiere. Yo no le obligo a quedarse. Y tampoco obligo a Ophelia a que se quede. No son mis prisioneros. Pueden irse cuando quieran.
-Estarían mal que nos fuésemos…Y la dejásemos sola…Una jovencita de su edad…
-¡Por el amor de Dios, Lachlan! Estamos en confianza. Deje de tratarme como una jovencita. Stephanie es una jovencita. Yo, en cambio, no lo soy. Soy como usted. O como Joel.
-Señorita…Yo…A veces…Lo olvido…
            Megan cerró los ojos y recordó que el día anterior se había despedido de Stephanie dándole dos besos en cada mejilla.

            En Londres, Joel había vivido su propia historia de amor. Había durado muy poco tiempo. Pero había llegado a creer que era una historia que estaba destinada a durar eternamente.
            Ella se llamaba Kimberly. Era hija de padre escocés y de madre inglesa. Era el ojito derecho de su familia. Era la hija mayor y la única hija que tenía el matrimonio. Tenían diecisiete hijos en total. Pero los dieciséis menores eran todos varones.
            Se habían conocido en Londres cuando Kimberly llegó desde las Highlands, donde vivía, para ser presentada en sociedad.
            Cuando se conocieron, Joel y Kimberly se enamoraron a primera vista. Kimberly tenía algunos pretendientes, entre ellos un apuesto laird escocés. Pero perdió el interés en todos sus pretendientes en cuanto sus ojos se cruzaron con los ojos de aquel joven. Joel quiso pedirle a Kimberly que se casara con él nada más conocerla. Ella se echó a reír y rechazó su oferta de matrimonio. En cambio, cuando Joel empezó a Kimberly de manera más tranquila y sin tanta impetuosidad, ella empezó a recibirle y salía con él, siempre acompañada por una carabina porque era lo correcto.
            Joel se había fijado en que Kimberly tenía algunas manías que le llamaban mucho la atención. Como que, cuando se ponía nerviosa, Kimberly se frotaba los brazos. Llegaba, incluso, a arañarse.
            Se veían con frecuencia en el salón de té. Éste se encontraba en el centro de la ciudad. Joel nunca había estado en Londres. En cambio, Kimberly había viajado unas cuantas veces a la ciudad. Pero aquella era la primera vez que iba para ser presentada en sociedad. Iba a bailes y también iba al teatro.
            Kimberly y Joel solían merendar juntos. Se tomaban cada uno una taza de té con leche y un poco de azúcar. Compartían un plato de galletas.
            Hablaban de sus cosas mientras merendaban.
-Anoche estuve en Almacks-le contó Kimberly a Joel en una ocasión mientras merendaban en el salón de té-¡Fue una experiencia maravillosa! Estuve en una fiesta. ¡Bailé el vals! ¡Mi tarjeta de baile estaba llena! Terminé con dolor de pies, pero no me importó. Me lo pasé muy bien.
-¿Y con quién bailaste?-quiso saber Joel, intentando disimular sus celos.
-No lo sé…Ya sabes cómo son los ingleses…Tienen muchos lores y muchas ladys…
-¿Conocías a alguien?
-A la anfitriona. Es mi patrocinadora, la que me presentó en sociedad.
-¿Cómo se llama?
-Se llama Megan. Bueno, yo la llamo Megan. Le gusta que la llame así. Es lady Watson. Está casada con el duque de Watson. ¡Es duquesa! Pero es la mujer más simpática que jamás he conocido. Y, además, es muy hermosa. Todo el mundo la admira. Yo le he cogido mucho cariño. A ti te caería bien. Siempre está pendiente de los demás. En su elegante mansión acoge siempre a un centenar de invitados. Tiene numerosos criados. Es muy dulce. También tiene su carácter. ¡Como yo! Tiene unas peleas muy divertidas con su marido, el duque de Watson. Pero se quieren muchísimo. No tienen hijos.
-¿Y cómo es lady Megan?
-Es la mujer más hermosa que jamás he visto. No conozco a nadie en todo Londres que no esté enamorado de ella. Incluso el laird que me estaba cortejando también está enamorado de ella. Lo cual no me extraña. ¡Tendrías que conocerla, Joel! Tiene el pelo de color rojo fuego. Y sus ojos son de color azul oscuro. Es muy hermosa. Los hombres la admiran…La desean…Las mujeres también la admiran…La desean…La envidian…A mí me gustaría ser como ella. Pero lady Megan dice que soy más bonita que ella todavía.

            Joel no conocía en aquella época a Megan. Pero Kimberly le hablaba tanto de ella que llegó a hacerse una idea de cómo era. Una noche, Joel soñó que conocía a Megan y que le daba un beso en los labios. Al día siguiente, Joel le dio un beso en los labios a Kimberly, el primer beso que ella recibía de aquellas características. Joel ya había besado antes a Stephanie.
            En ocasiones, Joel se sorprendía mirando el daguerrotipo que tenía de Stephanie. ¡Dios, cómo la echaba de menos! Durante años, Stephanie había sido mejor amiga. Pero…también había sido mucho más que eso…A los ojos de Joel, Stephanie era un ángel. Con aquella figura esbelta y delicada…Con aquella tez tan blanca…Con aquel pelo tan rubio…
            Los besos que le daba Kimberly ayudaban a Joel a no pensar en Stephanie. De alguna manera, llegó a pensar que estaba realmente enamorado de Kimberly.
            Él también iba a los bailes que se celebraban en Almacks en calidad de invitado. Kimberly bailaba con él. A Joel se le daba mal bailar y siempre terminaba pisando a Kimberly. Ella le miraba y le sonreía, pero Joel sabía que a Kimberly no le gustaba nada que fuese tan torpe.
            Deseaba no ser tan torpe.
-Eres una buena bailarina-observó Joel mientras él y Kimberly giraban en la pista de Almacks al son de un vals de Strauss-¿Cómo se llama la pieza que estamos bailando?
-Creo que se llama El vals del perdón-contestó Kimberly.
-No soy como tú, Kimberly. No soy nada culto. ¡Ya ves! ¡Soy un zopenco! ¡No soy gran cosa! ¡No sirvo para mucho!
-No te quejes, Joel. Yo te tengo mucho cariño. Me lo paso bien cuando estoy contigo. Pienso que sirves para mucho. Y que eres un hombre maravilloso. A mi familia le caes bien.
-¿Les caigo bien?
-Mis hermanos te adoran.
-¡Apenas conozco a tus hermanos!
-Eres muy modesto. Mis hermanos tienen razón.
-¡No los conozco! ¡Dios! ¡Espero que no piensen mal de mí! Yo…
            Cuando terminó la pieza, Kimberly y Joel salieron al balcón.
-Tomemos un poco el fresco-sugirió Kimberly.
            En ese momento, Joel cogió a la joven de los brazos con delicadeza. Se sorprendió así mismo besando con ardor a Kimberly. Ella le devolvió el beso.

            Algunas noches, cuando se acostaba en su cama, Kimberly sentía sobre su boca el calor de los besos apasionados que le daba Joel cuando se encontraban. Kimberly era virgen. Pero no sabía si Joel era virgen o no lo era. Sabía que el joven no era ningún libertino. No se iba ninguna noche por ahí de juerga. No gastaba su dinero en furcias. Tampoco gastaba su dinero en partidas de naipes. Joel era la clase de chico en el que una chica podía confiar. El problema era que Kimberly no terminaba de confiar en Joel. Él le habló en muchas ocasiones de Stephanie…Su mejor amiga…Luego, había una mujer en la vida de Joel. Kimberly llegó a la conclusión de que el joven del que estaba enamorada no era virgen. Y todo por culpa de la tal Stephanie…Kimberly estaba segura de que Joel había yacido en los cálidos brazos de la tal Stephanie.
            Joel había sentido sobre su piel la caricia de los tímidos e ingenuos labios de Stephanie. No era virgen. Pero sólo había yacido en diversas ocasiones con Stephanie. Había pensado en casarse con ella. La quería. Pero Stephanie se había negado. Nunca se había quedado embarazada. A raíz de eso, Stephanie había llegado a la conclusión de que era estéril y que jamás tendría hijos, lo cual la tranquilizó bastante. Stephanie no quería casarse. El haber yacido en los brazos de Joel no significaba que quisiera casarse con él. No quería casarse con él. Era su mejor amigo y un buen amante ocasional, pero nada más.
            A Joel le gustaba mucho besar a Kimberly. Intuía que a Kimberly también le gustaba mucho besarle. Se besaban a menudo. Los besos que se daban eran deliciosos.
            Se veían casi siempre acompañados de una carabina. Ésta era una de las criadas que estaban al servicio de lady Megan. Kimberly no paraba de hablarle a Joel de lo maravillosa que era lady Megan. Por lo visto, los hombres se volvían locos por ella. La deseaban. Joel ardía en deseos de conocer a lady Megan. ¿Era tan maravillosa como afirmaba Kimberly? No lo sabía. Todavía no podía decir nada de ella. No la conocía.
            Joel no sabía lo que sentía por Stephanie. Tenía que admitir que disfrutaba con ella en la cama. Tenía que ser sincero consigo mismo. ¿Y con Kimberly? ¿Podía ser sincero con ella? ¿Podía decirle que había sentido placer cada vez que Stephanie acariciaba su cuerpo con los labios? Cuando sentía los labios de Stephanie cubriendo de besos cada porción de su piel…Cuando le chupaba las tetillas…Cuando lamía su cuerpo…
            ¿Y lo que hacía cuando estaba con ella? Era…Aquellas cosas que hacía con ella…No se las podía contar a Kimberly…¿Y si se las contaba? Probablemente, Kimberly no querría saber nada de él. Él había besado cada centímetro de la piel de Stephanie…Había lamido la piel de Stephanie…
            Kimberly se atormentaba pensando en la relación que mantenía Joel con Stephanie. Estaba segura de que él había yacido entre los delgados brazos de aquella muchacha.
            Por esa razón, no estaba muy segura de él. Una sola mujer podía significar muchas cosas. No eran muchas. Sólo era una. Pero ella quería estar al cien por cien segura de los sentimientos reales de Joel. ¿Estaba enamorado de ella? ¿Estaba enamorado de Stephanie? No se atrevía a hablar de ese tema con Joel. ¿Y si la rechazaba? Nadie había rechazado nunca a Kimberly?
            Por las noches, Kimberly no conseguía pegar ojo.
            Pensaba en Joel y en Stephanie y, pese a que no conocía a aquella muchacha, había empezado a odiarla. ¿Cómo era posible que odiase a una desconocida?, se preguntaba Kimberly. La desconfianza empezó a hacer mella en su incipiente relación con Joel. Joel había besado a Stephanie en la boca…Joel había lamido la piel de Stephanie…Joel había cubierto de besos cada porción de la piel de Stephanie…Joel había chupado los pechos de Stephanie…
            Stephanie siempre ocuparía el primer lugar en la vida de Joel.
            Eso era inadmisible para Kimberly. Ella siempre había sido la primera en todos los aspectos, incluso en Londres, donde los hombres hacían cola para cortejarla. Bajo el patrocinio de lady Megan, Kimberly era una de las jóvenes más admiradas y codiciadas de la alta sociedad. Lady Megan no conocía a Joel. Pero pensaba que Kimberly se estaba obsesionando con él y eso no era bueno para ella porque lo quería sólo para sí. Lady Megan podía parecer una mujer feliz. Pero no lo era en realidad.
            Kimberly era feliz cuando Joel la besaba porque en aquellos momentos pensaba que era la única mujer que había en la vida del joven y se olvidaba de la existencia de Stephanie. Luego, cuando Joel estrechaba el cuerpo de Kimberly con fuerza contra el suyo, ella llegaba a la convicción de que él estaba realmente enamorado de ella y que aquel amor que ella creía que sentía por Stephanie era producto de su imaginación. Tenía que ser así, se decía Kimberly. Joel la amaba. Él la quería…
            Lady Megan se preocupaba por Kimberly. Pero se preocupaba por ella para no pensar en sus propios problemas. Su hijo, el heredero del ducado de Watson, había muerto. Sólo tenía tres meses. Su marido la culpaba de lo sucedido. Antes de nacer el niño, lady Megan había sufrido un aborto. Al sufrir el aborto, lady Megan había estado a punto de morir. Cuando nació el niño, lady Megan también había estado a punto de morir. Los médicos le recomendaban que no se quedase embarazada. Pero ella se debía a su deber. Debía de engendrar un heredero. Su vida le importaba bien poco a su marido.
            Cuando salían a pasear por Hyde Park a pie, siempre acompañados por la carabina que lady Megan les había asignado, Joel aprovechaba el menor descuido de la carabina para robarle un beso a Kimberly. Ella se ponía roja. Lo rechazaba, pero se reía ante la osadía de Joel.

jueves, 14 de agosto de 2014

PRIMERA PARTE DE "UNA CARTA DE AMOR"

Hola a todos.
Si hace poco subí a este blog la segunda parte de mi relato Una carta de amor, me he decidido a subir la primera parte de este bonito relato aquí.
Espero que os guste la historia de amor entre Jane y William.

                     UNA CARTA DE AMOR

               ISLA DE ANGLESEY, EN LA COSTA DE GALES, 1801

         Mi amada Jane:

             Hace sólo unas horas que nos separamos. Sin embargo, cuento los minutos que faltan hasta que nos volvamos a ver. Releo las cartas que me has escrito a lo largo de estos meses. Parece que fue ayer cuando nos conocimos. ¡Y no ha pasado ni un año! 
             Fue hace un año. Estabas dando un paseo por la playa de Rhosneigr. Ibas acompañada por una amiga tuya. Os oía hablar. Os reíais. No recuerdo bien el nombre de tu amiga. Me parece que se llamaba Kate. Pero no estoy del todo seguro. 
            Bajé a la playa aquella tarde como hacía siempre. Buscando estar solo. 
            Siempre me has preguntado el porqué busco la soledad. Nunca he sido un hombre sociable. Prefiero estar solo que estar rodeado de gente. Jane, te ríes de mí. Dices que me estoy convirtiendo en un anciano cascarrabias. 
              Sólo soy cinco años mayor que tú. No creo que me esté haciendo viejo. Aquella tarde, en la playa, no pude estar a solas con mis pensamientos. De pronto, oí el sonido de unas risas de mujer. Miré hacia mi izquierda y os vi. A ti y a tu amiga Kate...Os estabais acercando poco a poco al lugar donde yo estaba sentado en la arena. Me sentí tentado a ponerme de pie y marcharme. Pero no lo hice. Entonces, las dos llegasteis a mi altura. Tú me saludaste. 
             ¡Pensé que estaba viendo un ángel cuando te vi por primera vez, Jane! Tan rubia...Tan bonita...Con tus dulces rasgos...
             Pronto, supe que tenías una legión de pretendientes. Según me contaste una vez, buscaban tu inmensa dote. 
 -Buenas tardes...-me saludaste. 
             Para horror de tu amiga Kate, te presentaste. Y yo te besé la mano con arrobo. A partir de ahí, empezó todo. 
             A partir de aquella tarde, empezamos a vernos en secreto en cualquier parte. Yo sólo era un escritor que vivía hospedado en una modesta pensión. Soy muy poca cosa para una joven como tú, mi amada Jane. 
               La siguiente vez que nos vimos fue en la tienda que está en el centro de Beaumaris. Una sombrería...Tú estabas con tu madre probándote sombreros y yo pasaba por allí. Nuestras miradas se encontraron en el cristal del establecimiento. Tu madre estaba entretenida hablando con una amiga y aprovechaste la ocasión para salir a saludarme. 
-¡Señor Harding!-me llamaste. 
-Celebro veros de nuevo, señorita Deverell-te contesté.
-¡Oh, puede llamarme Jane! ¡No soy tan vieja!
-No conozco a mucha gente en Beaumaris. 
-¿Lleváis poco tiempo viviendo aquí?
-Apenas hace unos meses que me instalé. Busco inspiración para escribir. 
-¡Un escritor! ¡Qué emocionante!
            Tenías la sonrisa de un ángel en aquel momento. Un carruaje cerrado pasó por detrás de mi espalda. Te apartaste para dejar el paso a un matrimonio que bajaba la calle. Pero no querías meterte dentro de la sombrería. 
-Tenemos que vernos más a menudo-me sugeriste. 
              Más tarde, supe que te había costado trabajo mostrarte tan abierta conmigo. Siempre has sido más bien tímida. No sé lo que viste en mí que te atrajo. Yo te hice una cordial reverencia. 
-Lo mismo digo-te contesté. 
              Te metiste de nuevo dentro de la sombrería. Y vi cómo te colgabas del brazo de tu madre. Pero no dejabas de mirarme. 
               A los pocos días, caí enfermo. Tuve mucha fiebre y me dolía mucho la cabeza. El médico que me atendió me dijo que padecía una severa gripe. Para mi sorpresa, acudiste a visitarme. Aún delirando a consecuencia de la fiebre, pensé que eras un ángel. 
-¡Señorita Deverell!-exclamé al verte en mi habitación-¿Qué estáis haciendo aquí? ¡Y, encima, sola! ¿Os habéis vuelto loca?
-Oí decir a mi doncella que estabais enfermo-contestaste-De modo que he decidido venir a veros. Espero que mi presencia no os incomode. 
              Te sentaste en una silla junto a mi cama. 
-¡Pensad en vuestra reputación!-insistí-Sois una joven soltera. Estáis en edad de casaros con un buen partido. ¡Y estáis aquí sola! ¿Qué van a pensar de vos?
              Me sonreíste. ¡Qué sonrisa más bella! Querías tranquilizarme. 
-No dirán nada de mí, señor-me aseguraste.
-Hay mucho chismoso por la ciudad suelto-te recordé-Pensarán que...Bueno...
-Van a pensar que vos y yo tenemos un romance. Yo también lo he pensado. 
-Deberíais de iros, señorita Deverell. Lo digo por vuestro bien. No quiero que se vea envuelta en una situación comprometida por mi culpa. 
            Llenaste mi vaso con agua y me lo serviste. 
            Finalmente, pude recuperarme. Para mi sorpresa, recibí una invitación de tus padres para ir a verles. Era la hora del té y tu madre y tú me estabais esperando en el salón. Nos sentamos a dar cuenta del té que sirvió una de vuestras criadas acompañado por galletas. 
-Mi hija me ha hablado de vos, señor Harding-me dijo tu madre-Debo decir que le ha causado una gran impresión. Dice que lleva viviendo poco tiempo en Beaumaris. Supongo que estará de paso. 
-No sé el tiempo que voy a permanecer en este sitio, señora Deverell-le expliqué. 
-¡Ojala os quedéis aquí a vivir!-exclamaste-Aquí han vivido dos escritores bastante conocidos. Goronwy Owen es uno de mis poetas favoritos. 
-No conozco su obra-te comenté.
-Creo que tengo un libro suyo de poemas en mi habitación. Si queréis, os lo puedo prestar. Lo he releído ya muchas veces. 
-Sois muy amable, señorita Deverell. 
                En aquel momento, llegó tu padre a casa y pasó al salón a saludaros. 
-Veo que tenemos un invitado-observó al verme. 
               Me puse de pie para saludarle y él me estrechó con fuerza la mano. El rato que pasé allí pude ver cosas en las que no me había fijado. Vi que erais una familia que estaba muy unida. Tu padre, tu madre y tú. Los tres estáis unidos como una piña. 
-Es escritor, papá-le dijiste a tu padre.
-¿Qué escribís?-me preguntaste. 
-Escribo cuentos-respondí. 
-Un trabajo sano y honrado...Sois bienvenido a mi casa, señor Harding. Espero veros mucho por aquí. 
-Para mí es todo un honor, señor Deverell. 


                         Las visitas a tu casa se hicieron cada vez más frecuentes. Me comentaste un día que tu institutriz había terminado harta. Había querido enseñarte a tocar el piano. Pero resultó que tú eras una nulidad para la música en general. Lo contabas de un modo que no pude evitar reírme. Yo también aborrezco la música. No sé tocar el violín. Te reíste cuando te lo conté. 
             Un día, estando yo en el salón de tu casa, apareció tu amiga Kate. Por lo que sé, estaba prometida. Su prometido era un teniente del Ejército británico con una fama terrible. Al llegar al salón y verte, Kate se abrazó a ti. 
-¡Es un canalla y un miserable!-sollozó. Estaba sufriendo un ataque de nervios-Me ha hecho promesas que no piensa cumplir. 
-¿Qué ha pasado, Katie?-le preguntaste.
           Os sentasteis las dos en el sofá. Yo miraba la escena sintiéndome impotente. Me daba pena tu amiga. 
-Dijo que se casaría conmigo en unas semanas-respondió Kate-Pero era mentira. No está enamorado de mí. Su amor es otra mujer. Y...
               Se cubrió el rostro con las manos. Al parecer, Kate sí estaba enamorada de su prometido. Su amor no era correspondido. 
              Le cogiste la mano y se la oprimiste para consolarla. 
-Mis padres no van a hacer nada-se lamentó tu amiga-Mi padre me odia. Y mi madre nunca se ha preocupado por mí. ¡Estoy sola, Jane! ¡Sólo te tengo a ti!
-Papá irá a hablar con ese malnacido y ajustará cuentas con él-decidiste-Se lo diré. Mi padre te quiere como a una hija. Cálmate, Jane. No merece la pena que llores por ese miserable. Puedes quedarte aquí a pasar la noche. Se lo diré a mamá. 
             Kate negó con la cabeza. Quería estar a solas para llorar su pena. La mirabas con honda preocupación. Deseé poder hacer algo. Pero no sabía el qué. 
-Sois una joven muy bella-intervine-Hay muchos hombres en el mundo. No vale la pena que lloréis por quien no lo merece. Secad esas lágrimas. Piense que sois afortunada por haber descubierto la verdad a tiempo. No todas las mujeres tienen esa suerte. ¿Qué es lo que queríais? ¿Vivir en un engaño? Habría sido terrible para vos. No os lo merecéis. Algún día, encontraréis a un buen hombre que os amará de verdad. 
-Jane iba a ser mi dama de honor-se lamentó tu amiga. 
-Papá ajustará las cuentas con ese malnacido-insiste-Pero el señor Harding tiene razón. No merece la pena que sufras por él. 
               Kate se abrazó de nuevo a ti. Y lloró durante un largo rato. Después, te dijo que tenía que regresar a su casa. No quería molestarte. Al despedirse de mí, me dio un beso en la mejilla. Y me dio también las gracias. 
-Sois muy gentil, señor Harding-me dijiste. 
               Negué con la cabeza. 
-Sólo he dicho la verdad-afirmé. 
              Tú también me diste un beso en la mejilla. 
-Sois muy amable conmigo-añadiste-Y también sois muy amable con la gente que me quiere. 
             Me volviste a besar en la mejilla. Tu acción te asustó. Saliste corriendo del salón. 
              Esa noche, me di un largo baño en la bañera. Durante el baño, me bebí una botella entera de vino. Necesitaba no pensar. Quería entontecerme. Pero no lo conseguí. Pensaba una y otra vez en ti, Jane. En lo maravillosa que eras. Me recreé en tu dulzura. Pero tú eras una dama. Y yo no era nadie. Me estaba enamorando de ti, Jane. Quería alejarme de tu vida, pero no podía alejarme de ti. Era incapaz de hacerlo. 
             Sé que Kate y tú habéis estado en Cardiff. Habéis acudido juntas a bailes. Habéis sido cortejadas por petimetres obsesionados con la moda. Habéis ido juntas a pasear. A comprar. Al teatro...
               Tus padres me reciben con amistad en su casa. Pero ellos no me ven como un buen partido para ti. Piensan que te casarás con alguien de más rango y abolengo. Me lo han dicho ellos mismos. 
              Te he visto a la salida de la Iglesia. 
               Los dos vamos a la Iglesia de Santa María. 
              Siempre acudes a Misa de doce los domingos. Acudes acompañada por tus padres. Os sentáis en el primer banco. Yo suelo sentarme siempre en el último banco. Sabes que te estoy observando. Cuando piensas que nadie te ve, te giras para mirarme. Nuestras miradas se cruzan mientras el sacerdote está pronunciando su sermón. Me pregunto en qué estás pensando. Quiero saber qué ideas te rondan por la cabeza en esos momentos. Me siento muy lejos de ti, Jane. 
               Nos vimos una tarde a orillas del río que rodea el castillo. Estabas sola. 
              Yo había salido a dar un paseo. Al verte, me detuve a saludarte. Tenías la mirada perdida. Tu gesto era pensativo. Te pusiste roja al darte cuenta de que no estabas sola. 
-Buenas tardes, señorita Deverell-te saludé. 
              Apenas me devolviste el saludo. 
-Disculpad que hoy no tenga ganas de hablar-te excusaste-Pero hay un asunto que me preocupa. No os lo puedo contar. 
-Lo siento-dije-Me habría gustado ayudaros. 
                            Te diste media vuelta. Te fuiste. Pero, antes de irte, me miraste. Y me miraste de un modo tan raro que me llegó al corazón. 
             Apenas nos vimos en los días siguientes. No parabas de hacer visitas. Ibas mucho a ver a tu amiga Kate. Estaba sumida en una profunda tristeza. 
            Yo quería ir a verte. Hablar contigo. 
           Pensaba que estabas preocupada por Kate. Después de todo, más que amigas, parecéis hermanas. Estáis las dos muy unidas. Yo no tengo amigos. Sólo te tengo a ti, Jane. 
             Volví a ser invitado por tus padres a tomar el té. Fui a verles personalmente para declinar su oferta. Estaba enfrascado en la escritura de mi último cuento. Entonces, te vi en el salón, Jane. 
-No seas tonta, hija-te dijo tu padre muy sonriente-Saluda al señor Harding. Es casi como de la familia. 
-Sí...-susurraste. 
            Te acercaste a mí, pero no te atrevías ni a mirarme. 
-Tenemos que hablar-me susurraste. 
-¿Sobre qué?-quise saber. 
-Os diré en breve donde hemos de vernos. No puede ser aquí. Tiene que ser en un sitio aparte. 
-Lo entiendo. Pero...
-Disimulad. Mis padres nos están mirando. 
           Te cogí la mano y te la besé con dulzura. 
-Que así sea-te susurré-Soy vuestro, señorita Deverell. 
           Me marché a la posada. 
          No quise cenar aquella noche. 
          No fui capaz de concentrarme en el cuento que estaba escribiendo, Jane. No hacía otra cosa más que pensar en ti. Quería saber de qué querías hablar conmigo. 
           Pasaron varios días. Entonces, recibí tu carta. 
            Fue una carta muy breve. Pero la releí varias veces. No me cansaba de admirar tu letra. Tienes una letra pulcra y muy bien cuidada. 
          Nos citamos en la Colina Roja, llamada así por el derramamiento de sangre que se produjo en aquel lugar durante la Revolución Inglesa. 
           Fui el primero en llegar. No tardaste en aparecer tú. Estaba empezando a anochecer y venías sola. 
-Odio este sitio-me comentaste nada más llegar-Tengo la sensación de que los muertos se levantarán de sus tumbas. Y regresarán al lugar en el que fueron masacrados. 
-Ha pasado siglo y medio desde ese fatídico día-te recordé. 
-El tiempo no pasa nunca. Los sucesos del pasado permanecen vivos en la memoria. 
               Yo sólo tenía ojos para ti. Me cogiste la mano. Te la llevaste a los labios. Aquel gesto me impresionó mucho. 
-Señorita Deverell...-dije.
-Te lo ruego-me tuteaste-Tutéame. 
-No puedo hacerlo. Está mal. 
-¿Qué es lo que está mal, Liam? ¿Está mal que nos veamos? ¿Está mal que quiera estar contigo?
            Para mi sorpresa, me besaste de lleno en los labios antes de salir corriendo. 
            Al día siguiente, quise verte. Nos citamos en el mismo lugar que la víspera. 
-Ayer, pasó algo que lo ha cambiado todo-te dije-Tu comportamiento...Tu manera de hablarme. 
-¿Me has citado para rechazarme?-me espetaste. 
-No quiero rechazarte. Sólo quiero saber qué está pasando, Jane. 
-¡Pasa que me he enamorado de ti, imbécil!
-Jane, no puedes decir que estás enamorada de mí. Soy muy poca cosa para una dama como tú. 
           Me diste un puñetazo en el brazo. Te vi furiosa. 
-¡Estoy cansada de que todo el mundo decida por mí!-me confesaste-Papá quiere que regrese a Cardiff para una segunda temporada en sociedad. Pero me aburro soberanamente en esa ciudad. Y tú dices que no eres lo suficiente bueno para mí. 
-Te mereces algo mejor que yo-traté de hacerte entrar en razón. 
-No hay nadie mejor que tú para mí, Liam. ¿Por qué no quieres admitirlo?
-Admitirlo sería una condena para ti, Jane. 
-Negarlo ya es una condena. ¿No lo habías pensado? 
            No quería pensar en nada. Mis brazos rodearon tu cintura y te atraje hacía mí. Nos fundimos en un beso largo y apasionado. Tus labios inexpertos se abrieron ante los míos. Con algo más de experiencia... Pero fríos...No habían besado con amor desde hacía mucho tiempo. Hasta aquella tarde, Jane. 
             Entonces, empezó de verdad nuestro amor. 
             Cada vez que nos veíamos en la Colina Roja, nos fundíamos en un beso lleno de amor.  
            Nos sentábamos en el suelo. Hablábamos durante horas. Tú querías hacer planes de futuro conmigo. Yo te hablaba de la realidad. Pero la realidad se ha cebado sobre nosotros, mi amada Jane. 
             Pudimos haberlo evitado. 
             Aún estábamos a tiempo. 
            Pero es demasiado tarde, Jane. 
            Hace unos días, en la Colina Roja, empezamos a besarnos con más ardor que de costumbre. Tuvimos que separarnos y tú no dejabas de temblar. 
-Tenemos que vernos en otra parte-dije, sin pensar bien en lo que decía. 
-¿Existe un sitio más discreto en toda la ciudad que éste?-me preguntaste. 
-La Cantina de Cabezas de Toro...Es discreta. 
-Y tiene un reservado. Lo sé. Lo he oído en los criados. 
-Jane, no vayas.
-Nos vemos allí mañana, Liam. 
              Te abalanzaste sobre mí. Tus labios se pegaron a los míos. Nos besamos durante un largo rato con verdadera ansia. Después, saliste corriendo. 
              Una tarde, días antes, estuvimos paseando hasta llegar al castillo. 
              No era uno de nuestros encuentros clandestinos. 
             Íbamos acompañados por tu doncella personal. Entonces, te hablé de mi primera esposa. Me había casado años antes con Sophie. Fue un matrimonio pactado entre mi familia y la familia de ella. Pero no nos importó porque nos amábamos con locura. 
             Sin embargo, nuestro matrimonio duró apenas dos años. No llegamos a tener hijos. Una súbita fiebre cerebral acabó con la vida de Sophie. 
-Lo curioso era que ella siempre había gozado de una salud de hierro-te conté-Nunca supe el porqué sufrió aquel acceso de fiebre. No me contó nada. El médico no pudo averiguar las causas. 
             Lo peor de todo fueron los rumores que oí sobre nosotros en Llandona, el pueblo donde vivíamos. Se decía que Sophie tenía un amante del que estaba locamente enamorada. Que pensaba abandonarme y huir con su amante. Pero éste se burló de ella y huyó con otra. 
           Tú me escuchabas con atención. No sabías qué decir. Te limitaste a escucharme y a entenderme. De algún modo, entendías el porqué de la soledad en la que vivía. 
-Si eso fue lo que pasó, fue una estúpida-dijiste-No supo valorar lo que tenía. 
-Nunca lo sabré-me lamenté. 
              Ayer por la tarde, nos encontramos en la Cantina de Cabezas de Toro. Entré en el reservado. Habíamos acordado que nos veríamos allí. Estabas sentada junto a la ventana. Tenías un cuaderno de dibujo en la mano. 
                  -¿Qué estás dibujando?-te pregunté.
-Quiero dibujar todo lo que me rodea-me respondiste. 
-Es un lugar sórdido. 
-Nunca antes había estado en un sitio como éste. 
-Jane...
           Desnudos sobre la estrecha cama, te tuve entre mis brazos, amada mía. Llené de besos cada centímetro de tu cuerpo. Te llené de caricias. Te hice mía mientras te susurraba palabras de amor al oído. Te besé muchas veces, mi querida Jane. Te abracé con fuerza. 
             Tus ojos se clavaron en mis ojos. Llené de besos tus hombros desnudos. Mis labios no se cansaban de recorrer tu largo cuello de cisne. Me perdí en tu mirada cargada de amor y de anhelo. No podía dejar de besarte, Jane. No podía. No dejé de chuparte los pezones que se erguían ante mí. No pensé en nada. 
             Nos besamos muchas veces. Nos abrazamos con fuerza. Nos acariciamos muchas veces. 
            Nos tocábamos. Tú besaste cada rincón de mi cuerpo. Yo te lamía. Te mordía. Te chupaba. Te estrechaba contra mi cuerpo. Te apretaste contra mí. No querías pensar. Sólo querías besarme. 
               Cuando todo acabó, me sonreíste con la misma dulzura con la que me sonríes siempre. Entonces, supe que no había vuelta atrás. Cuando me susurraste al oído que los dos nos pertenecíamos mutuamente, lo supe. Supe que nuestro amor duraría eternamente. Sólo sé que el día nos sorprendió juntos en el reservado. Y que, con el corazón lleno de dolor, te tuve que dejar marchar. Pero volveríamos a vernos. 
              Empieza a caer el Sol, Jane. Puedo ver cómo el cielo se oscurece. Oigo el susurro de las olas cerca de la posada. 
              Te escribo esta carta. Te juro una vez más mi eterno amor por ti. Quiero que sepas que soy tuyo desde siempre. 
             Todas las promesas que nos hicimos anoche son ciertas. Porque, en cuanto podamos, estaremos juntos para siempre, mi adorada Jane. 
            Porque tú también me amas. Porque tu corazón late a la par que el mío. Porque somos un solo ser. Porque existe un nosotros. 
           Porque aquí estoy yo para quererte siempre. 
           Porque te amaré hasta el último día de mi vida. 
         Tu leal amante y amado. 
         Liam.