Hola a todos.
Aquí os traigo una anotación de lo que sería el diario de Tomás.
Veremos lo que piensa y lo que siente nuestro doctor Quesada.
He visitado el caserón a primera hora de la mañana, cuando estaba empezando a amanecer.
-¿Cómo ha pasado la noche la señorita Teresa?-le pregunto al mayordomo que me abre la puerta.
-Ha pasado la noche inquieta-responde éste-Le han dado unas décimas de fiebre. Doña Alberta y la señorita Carolina han estado toda la noche turnándose para cuidarla. Ahora mismo, doña Alberta está con la señorita Teresa.
-Voy a verla.
-La señorita Carolina está durmiendo. Doña Alberta la mandó a acostarse hace un rato.
La puerta de la habitación de Carolina estaba entreabierta cuando pasé. No sé porqué me he detenido.
Tuve la sensación de estar delante de un ser venido de otro mundo. Un ángel...
No he conocido nunca a nadie como Carolina, una joven tan dulce y tan hermosa. Sus ojos estaban cerrados. Pero yo podía adivinar el brillo apagado de aquellos ojos verdes. Su cabello de color rubio se extendía sobre la almohada e, iluminado por el Sol, parecía emitir destellos dorados. Me sobrecogí.
No sé porqué entré en esa habitación. Su cuerpo estaba tapado por las mantas. Iba vestida con un camisón de color blanco que no disimulaba su figura delgada. Una figura delgada, aunque bien proporcionada. Pensé que podía pasarme todo el día contemplando a Carolina. Y me sentí incómodo.
He ido a esa casa a visitar a una paciente. No he ido a contemplar cómo duerme la prima de mi paciente.
Me resisto a abandonar la habitación. Camino hacia atrás, sin apartar la vista de la figura de Carolina. Pienso que, si se despierta y me ve en su alcoba, podría asustarse. Podría pensar lo peor de mí.
No me resisto a irme sin besarla en una mejilla. Sin besarla suavemente en los labios.
Beso su mejilla. Beso también sus labios.
Y me marcho.
En el pasillo, me topo con doña Alberta. La mujer no tiene ni idea de que he estado admirando la figura dormida de su hija.
-¡Menos mal que está aquí, doctor Quesada!-exclama al verme-Tere se acaba de despertar. No ha dormido en toda la noche.
-¿La estoy oyendo gritar?-le pregunto.
-Mandé a Caro a descansar un rato. Luego, Tere se despertó y trató de levantarse de la cama. No he querido avisar a mi hija. Lleva muchas noches sin conciliar el sueño y, si sigue así, acabará enfermando. Jaime y un criado han levantado a Tere del suelo. ¡Mi pobre sobrina! ¿Qué clase de vida le espera?
-Cálmese y vayamos a ver lo que le ocurre a su sobrina, señora.
Intento no mirar en dirección a la habitación de Carolina.
Escucho los gritos que profiere Teresa. Está fuera de sí y lo único que quiere es volver a levantarse de la cama.
Don Jaime la tiene abrazada, en un intento por consolarla.
Visitar a la joven Teresa me embarga de desazón. Es una joven cuya vida ha quedado destrozada.
-¿Qué está haciendo este inútil aquí?-me increpa en cuanto entro en la habitación.
Mi mayor deseo es poder ayudarla. Pero no sé cómo hacérselo entender cuando Teresa no quiere escuchar a nadie.
-He venido para ver cómo está usted-le contesto con tranquilidad.
-¿Acaso no ve cómo me encuentro?-me espeta Teresa.
-Gritando y faltando el respeto a la gente no va a conseguir nada.
-El doctor Quesada sólo quiere ayudarte-interviene don Jaime-Todos estamos muy preocupados por ti, querida.
-¡No puedo caminar, tío Jaime!
Los gritos de Teresa hacen que Carolina se despierte. Entra en la habitación de su prima. Un grito se escapa de mi garganta cuando contemplo a ese maravilloso ser de apariencia angelical. ¿Estoy viendo a una mujer de verdad o estoy en presencia de un verdadero ángel?
Camina descalza. Entra como ida en la habitación de su prima, quizás porque está atontada. Teresa la ha despertado. Lleva suelto su cabello y caía como un manto sobre su espalda.
Aún así, soy incapaz de apartar mi mirada de aquella bella criatura.
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