Hola a todos.
Aquí os traigo una nueva anotación del diario de Carolina.
¡Vamos a ver qué está pasando por su cabeza!
-Duele estar vivo-se lamenta Teresa.
Detesta los días de lluvia y hoy está lloviendo.
Antes, aborrecía los días de lluvia porque no podía salir a montar a caballo. Ahora, aborrece los días de lluvia porque le traen a la mente recuerdos muy dolorosos.
-¿Por qué no jugamos a las cartas?-le sugiere mi madre-Hace tiempo que no jugamos a las cartas. Eso te distraerá un poco, querida. ¿Qué te parece?
-No quiero jugar a nada, tía Alberta-contesta Teresa, quien está al borde del llanto-Déjame.
-No puedes quedarte ahí llorando-interviene mi padre-Una joven como tú tiene que estar distraída con algo. Podrías aprender a bordar.
-¡Sólo quiero morirme!-solloza Teresa.
Es muy duro para mí ver cómo mi prima se va consumiendo cada día que pasa poco a poco. Es muy duro intentar consolarla cuando ella no quiere ser consolada. Se ha derrumbado de tal modo que me parece imposible ayudarla a salir del pozo en el que está sumida.
-¡No puedes estar hablando en serio!-estallo-¡No te reconozco, Tere! ¡Tú no puedes decir esas cosas! ¿Dónde está la Tere que conozco? ¿Dónde está mi prima fuerte y decidida?
No quiero gritarle a Teresa.
Pero no soporto verla tan hundida. No soporto sentir que soy incapaz de hacer algo por ayudarla.
-Carolina, cariño, estamos haciendo lo que podemos con Tere-me asegura mi madre.
Sé lo que quiere decir. Teresa es quien debe de poner de su parte. Quién ha de ser fuerte. Pero no logra ser fuerte. No puede.
-Tú no puedes entenderlo, Caro-se lamenta Teresa-No puedes saber lo que yo siento.
Tiene razón. No sé lo que se siente al ser condenada a permanecer postrada para siempre en una silla de ruedas. No sé lo que se siente cuando una joven llena de energía y de vitalidad ve truncada su vida por un absurdo accidente. No puedo entender lo que siente Teresa cuando yo sí puedo caminar.
Isla de Tambo, siglo XVIII. La joven Carolina vive dividida entre los deseos de su corazón y la lealtad para la persona que más quiere en el mundo.
miércoles, 28 de enero de 2015
sábado, 17 de enero de 2015
DIARIO DE CAROLINA
Hola a todos.
Aquí os traigo una nueva anotación del diario de Carolina.
El castro viejo está sumido en la oscuridad cuando llego a él. Tomás me está esperando.
A veces, me asalta la idea de que podría quedarme embarazada de Tomás.
Sin embargo, me olvido de todo cuando estoy entre sus brazos.
Los dos yacemos desnudos en el suelo, entre las ruinas de aquel lugar que una vez estuvo habitado. Donde hubieron parejas que se amaron una vez. Igual que nosotros...
Los besos de Tomás...Sus abrazos...Su lengua recorriendo mi cuerpo. Sus labios posándose en distintas partes de mi piel. Sus caricias...Sus labios recorriendo mis senos...
Todo esto es real. Lo estoy sintiendo.
Me olvido de todo. Tomás se olvida de todo. Se olvida de la frustración que le inunda al no poder hacer nada para curar a Teresa. Yo me olvido de la visión de mi prima en una silla de ruedas postrada. Me olvido de su dolor. Soy una egoísta por pensar en mí. Odio a Tomás por ser tan egoísta. No sé qué sentir. Tan sólo estoy con Tomás. Con él...Y eso es lo único que me importa.
Siento su cuerpo invadir mi cuerpo.
Le siento encima de mí. Le siento dentro de mí. Fusionándose conmigo. Abrazándome con fuerza.
¿De verdad son tan brillantes las estrellas que brillan en lo alto del cielo?
El propio Tomás me lo dice.
Me recuerda de un modo sutil que lo que hacemos puede traer consecuencias. Soy consciente de que podría quedarme embarazada. ¿Y qué pasará entonces?
Si descubro algún día que voy a ser madre, tendré que contarle a mis padres toda la verdad. Tendré que sincerarme con Teresa y hablarle de mi relación con Tomás. Pero la regla hace acto de presencia de forma puntual, como cada mes.
Hace unas mañanas, vi mis calzones manchados con la sangre de mi menstruación. Y sentí los habituales dolores que la regla trae consigo. No estoy esperando un hijo de Tomás.
Para mí es muy duro tener que despedirme de él con un beso. Pero sé que volveremos a vernos a la noche siguiente. Da igual el sitio.
Aquí os traigo una nueva anotación del diario de Carolina.
El castro viejo está sumido en la oscuridad cuando llego a él. Tomás me está esperando.
A veces, me asalta la idea de que podría quedarme embarazada de Tomás.
Sin embargo, me olvido de todo cuando estoy entre sus brazos.
Los dos yacemos desnudos en el suelo, entre las ruinas de aquel lugar que una vez estuvo habitado. Donde hubieron parejas que se amaron una vez. Igual que nosotros...
Los besos de Tomás...Sus abrazos...Su lengua recorriendo mi cuerpo. Sus labios posándose en distintas partes de mi piel. Sus caricias...Sus labios recorriendo mis senos...
Todo esto es real. Lo estoy sintiendo.
Me olvido de todo. Tomás se olvida de todo. Se olvida de la frustración que le inunda al no poder hacer nada para curar a Teresa. Yo me olvido de la visión de mi prima en una silla de ruedas postrada. Me olvido de su dolor. Soy una egoísta por pensar en mí. Odio a Tomás por ser tan egoísta. No sé qué sentir. Tan sólo estoy con Tomás. Con él...Y eso es lo único que me importa.
Siento su cuerpo invadir mi cuerpo.
Le siento encima de mí. Le siento dentro de mí. Fusionándose conmigo. Abrazándome con fuerza.
¿De verdad son tan brillantes las estrellas que brillan en lo alto del cielo?
El propio Tomás me lo dice.
Me recuerda de un modo sutil que lo que hacemos puede traer consecuencias. Soy consciente de que podría quedarme embarazada. ¿Y qué pasará entonces?
Si descubro algún día que voy a ser madre, tendré que contarle a mis padres toda la verdad. Tendré que sincerarme con Teresa y hablarle de mi relación con Tomás. Pero la regla hace acto de presencia de forma puntual, como cada mes.
Hace unas mañanas, vi mis calzones manchados con la sangre de mi menstruación. Y sentí los habituales dolores que la regla trae consigo. No estoy esperando un hijo de Tomás.
Para mí es muy duro tener que despedirme de él con un beso. Pero sé que volveremos a vernos a la noche siguiente. Da igual el sitio.
viernes, 16 de enero de 2015
DIARIO DE CAROLINA
Hola a todos.
Aquí os traigo una de las anotaciones del diario de Carolina.
Esta parte no está incluida en la novela, pero es bueno conocer lo que piensa Carolina. Saber más sobre ella.
-¿No te parece un disparate que estemos aquí?-le pregunté a Teresa esta tarde.
-Tenía que regresar, Caro-respondió mi prima.
-Lo único que vas a conseguir es hacerte más daño.
-Nada puede hacerme daño en estos momentos. Lo único que quiero es desaparecer de la faz de La Tierra.
-¡Por el amor de Dios, Tere! ¡No digas más disparates! Me asusta oírte hablar así.
-¿Y qué quieres que diga? El accidente me mató. Acabó con mi espíritu. Mis piernas están muertas. Nunca más volveré a caminar.
A petición de Teresa, hemos ido a pasear al bosque de eucaliptos. No me gusta estar aquí con ella. Teresa recuerda con demasiada nitidez el accidente. Quiere buscar el lugar donde el caballo la tiró al suelo. Yo me negué en redondo. No quiero que Teresa sufra. Y está sufriendo demasiado la pobre.
Las blancas y suaves mejillas de Teresa están hundidas. El cuerpo esbelto de mi prima ha cambiado. Ha perdido mucho peso.
Está cada día que pasa más y más delgada. He oído a las criadas decir que mi prima parece un esqueleto. Y aprieto los puños.
Intento recordar a la Teresa que una vez fue. Pero sólo queda esta joven desgraciada y que no termina de asumir lo ocurrido.
Intenté no echarme a llorar delante de Teresa.
Le di un fuerte abrazo al inclinarme sobre ella. La besé en las dos mejillas. Le acaricié con la mano su cabello suelto.
-Volvamos a casa-le sugerí-Mi padre enviará a uno de los criados a buscarnos.
-Tienes razón-suspiró Teresa.
-No es bueno que estemos aquí solas las dos.
-Debí de haberte escuchado aquella tarde.
Me siento culpable.
Porque Teresa no sabe que Tomás y yo nos besamos a escondidas. No sabe nada de los abrazos furtivos que nos damos. No sabe nada acerca de las caricias que he recibido de él.
Teresa me coge la mano y me la oprimió con cariño.
-Gracias por ser tan buena conmigo-me dijo con tristeza y con dulzura a la vez.
No sabe que he yacido ya varias veces en brazos de Tomás. Del médico que la atiende. Me siento culpable porque Teresa no sabe nada.
Aquí os traigo una de las anotaciones del diario de Carolina.
Esta parte no está incluida en la novela, pero es bueno conocer lo que piensa Carolina. Saber más sobre ella.
-¿No te parece un disparate que estemos aquí?-le pregunté a Teresa esta tarde.
-Tenía que regresar, Caro-respondió mi prima.
-Lo único que vas a conseguir es hacerte más daño.
-Nada puede hacerme daño en estos momentos. Lo único que quiero es desaparecer de la faz de La Tierra.
-¡Por el amor de Dios, Tere! ¡No digas más disparates! Me asusta oírte hablar así.
-¿Y qué quieres que diga? El accidente me mató. Acabó con mi espíritu. Mis piernas están muertas. Nunca más volveré a caminar.
A petición de Teresa, hemos ido a pasear al bosque de eucaliptos. No me gusta estar aquí con ella. Teresa recuerda con demasiada nitidez el accidente. Quiere buscar el lugar donde el caballo la tiró al suelo. Yo me negué en redondo. No quiero que Teresa sufra. Y está sufriendo demasiado la pobre.
Las blancas y suaves mejillas de Teresa están hundidas. El cuerpo esbelto de mi prima ha cambiado. Ha perdido mucho peso.
Está cada día que pasa más y más delgada. He oído a las criadas decir que mi prima parece un esqueleto. Y aprieto los puños.
Intento recordar a la Teresa que una vez fue. Pero sólo queda esta joven desgraciada y que no termina de asumir lo ocurrido.
Intenté no echarme a llorar delante de Teresa.
Le di un fuerte abrazo al inclinarme sobre ella. La besé en las dos mejillas. Le acaricié con la mano su cabello suelto.
-Volvamos a casa-le sugerí-Mi padre enviará a uno de los criados a buscarnos.
-Tienes razón-suspiró Teresa.
-No es bueno que estemos aquí solas las dos.
-Debí de haberte escuchado aquella tarde.
Me siento culpable.
Porque Teresa no sabe que Tomás y yo nos besamos a escondidas. No sabe nada de los abrazos furtivos que nos damos. No sabe nada acerca de las caricias que he recibido de él.
Teresa me coge la mano y me la oprimió con cariño.
-Gracias por ser tan buena conmigo-me dijo con tristeza y con dulzura a la vez.
No sabe que he yacido ya varias veces en brazos de Tomás. Del médico que la atiende. Me siento culpable porque Teresa no sabe nada.
sábado, 10 de enero de 2015
UNA TRAGEDIA
Hola a todos.
Y aquí os traigo la cuarta y última parte de mi relato Una tragedia.
Es bueno empezar el año terminando todo aquello que se ha terminado. Y quiero seguir terminando historias que merecen la pena que tengan un final.
Elena, pensó Fernando mientras las lágrimas surcaban sus mejillas. Elena...
Recordaba el primer beso que le dio. Le robó un beso en el viejo castro.
La primera vez que la hizo suya.
Cuando se adentraban en el bosque de eucaliptos donde podían amarse libremente y donde Fernando podía recorrer con la lengua cada centímetro de la piel de Elena. Donde ella se sentía libre de llenar el cuerpo de su amado de besos. Donde eran felices.
Se aferró con desesperación a la mano de Elena, que estaba ya fría. Sus ojos recorrieron la cara de ella. Parecía que estaba dormida, con los ojos y la boca cerrados. ¿Cuándo supiste que ibas a tener un hijo mío?, le preguntó en silencio.
No lo sabía.
Se inclinó y sus labios se apoderaron con desesperación de los labios carnosos y fríos de Elena.
La besó muchas veces en la boca. Pero Elena ya no le devolvía los besos, tal y como hacía cuando se besaban en la Fuente de San Miguel. La certeza de que no volvería a besar nunca más a Elena le golpeó con dureza.
¿Por qué has tenido que morir?, pensó Fernando con desolación.
Fue la madrina de Elena quién obligó al desconsolado duque a abandonar el sótano porque debía de amortajarla.
Aquella mujer había envejecido treinta años de golpe al pensar en que había perdido a Elena.
Todo el mundo lamentaba la pérdida de aquella joven que había llegado a sus vidas como un soplo de aire fresco. Fernando ya no veía nada y tenía la sensación de que ya no podía sentir nada. Ni siquiera podía sentir ya dolor.
Elena fue enterrada al día siguiente en el pequeño cementerio de Tambo junto a su madre.
Fernando abandonó la isla la misma tarde del entierro de su amada Elena.
La casona de doña Catalina quedó sumida en el silencio desde aquel día. Aurora y Arturo acabaron fugándose juntos.
Los vecinos contaron que se oía de vez en cuando algo parecido a un tarareo. Elena tenía la costumbre de cantar mientras fregaba los suelos de rodillas. Y se ve a Fernando mirarla a lo lejos con tristeza. Pero son sólo rumores.
Fernando nunca regresó a Tambo. Y los fantasmas no existen.
La gente habló durante mucho tiempo de ellos. De la trágica muerte de la joven Elena...Y de cómo el duque de Santa Comba quedó sumido en el dolor por la pérdida de su amada.
Y aquí os traigo la cuarta y última parte de mi relato Una tragedia.
Es bueno empezar el año terminando todo aquello que se ha terminado. Y quiero seguir terminando historias que merecen la pena que tengan un final.
Elena, pensó Fernando mientras las lágrimas surcaban sus mejillas. Elena...
Recordaba el primer beso que le dio. Le robó un beso en el viejo castro.
La primera vez que la hizo suya.
Cuando se adentraban en el bosque de eucaliptos donde podían amarse libremente y donde Fernando podía recorrer con la lengua cada centímetro de la piel de Elena. Donde ella se sentía libre de llenar el cuerpo de su amado de besos. Donde eran felices.
Se aferró con desesperación a la mano de Elena, que estaba ya fría. Sus ojos recorrieron la cara de ella. Parecía que estaba dormida, con los ojos y la boca cerrados. ¿Cuándo supiste que ibas a tener un hijo mío?, le preguntó en silencio.
No lo sabía.
Se inclinó y sus labios se apoderaron con desesperación de los labios carnosos y fríos de Elena.
La besó muchas veces en la boca. Pero Elena ya no le devolvía los besos, tal y como hacía cuando se besaban en la Fuente de San Miguel. La certeza de que no volvería a besar nunca más a Elena le golpeó con dureza.
¿Por qué has tenido que morir?, pensó Fernando con desolación.
Fue la madrina de Elena quién obligó al desconsolado duque a abandonar el sótano porque debía de amortajarla.
Aquella mujer había envejecido treinta años de golpe al pensar en que había perdido a Elena.
Todo el mundo lamentaba la pérdida de aquella joven que había llegado a sus vidas como un soplo de aire fresco. Fernando ya no veía nada y tenía la sensación de que ya no podía sentir nada. Ni siquiera podía sentir ya dolor.
Elena fue enterrada al día siguiente en el pequeño cementerio de Tambo junto a su madre.
Fernando abandonó la isla la misma tarde del entierro de su amada Elena.
La casona de doña Catalina quedó sumida en el silencio desde aquel día. Aurora y Arturo acabaron fugándose juntos.
Los vecinos contaron que se oía de vez en cuando algo parecido a un tarareo. Elena tenía la costumbre de cantar mientras fregaba los suelos de rodillas. Y se ve a Fernando mirarla a lo lejos con tristeza. Pero son sólo rumores.
Fernando nunca regresó a Tambo. Y los fantasmas no existen.
La gente habló durante mucho tiempo de ellos. De la trágica muerte de la joven Elena...Y de cómo el duque de Santa Comba quedó sumido en el dolor por la pérdida de su amada.
FIN
viernes, 9 de enero de 2015
UNA TRAGEDIA
Hola a todos.
Y aquí os traigo la tercera parte de mi relato Una tragedia.
Deseo de corazón que, pese a todo, os haya gustado.
Mañana, el final.
-¿Qué había entre esa mujer y tú?-le preguntó doña Catalina a su sobrino-¡Dime que los rumores que circulan sobre vosotros no son ciertos! Por favor...¿Qué ha pasado?
-Elena y yo nos amábamos, tía-respondió Fernando con apenas un hilo de voz.
Cogió la mano fría de la joven.
-¿Era tu amante?-tornó a preguntarle doña Catalina.
-Yo la amaba y ella, a su vez, también me amaba-respondió Fernando.
-¿Te das cuenta del escándalo que has protagonizado? Todo el mundo recuerda que bailaste con ella en aquella fiesta que se celebró hace como unos seis meses. Dicen que ha sufrido un aborto que la ha matado. ¿Acaso tú eras el padre de ese infeliz que no ha llegado ni siquiera a nacer?
Ojos de color oscuro...Cabello largo y dorado como el Sol...Piel muy blanca...Cuerpo esbelto...Alta...Labios de color rojo...
Así quería recordar a su Elena.
Fernando no sentía el menor deseo de discutir con su tía.
Por eso, guardó silencio.
-Lo que no entiendo es lo que ha pasado-pensó la dolorida mente de Fernando-Elena parecía estar recuperada de todo.
El cuerpo que yacía inmóvil en la cama era el mismo cuerpo que había despertado a su pasión.
Fernando lanzó un sollozo que pareció más un alarido de dolor. Sólo Dios sabía lo que le había ocurrido a su amada Elena. Lo que había sufrido.
Escuchó algunos susurros de los criados. Doña Catalina, mientras, pensaba en el escándalo que se iba a producir. El Sol se colaba a raudales por el pequeño ventanuco del sótano. Iluminaba de una manera sobrenatural el cadáver de Elena. Fernando se aferró a ella. No podían separarles. Nunca les iban a separar.
Miraba con horror el rostro de su amada.
-He perdido a la único mujer que realmente he amado-pensó con dolor-No volveré a amar a nadie nunca más.
Era incapaz de asimilar lo que acababa de ocurrir en aquel sótano. Quería pensar que estaba en mitad de una espantosa pesadilla. Pero no tardaría en despertar. Y Elena estaría a su lado. Como siempre...
-¿No piensas decirme nada?-le espetó doña Catalina-Tu prima y tú me tenéis muy disgustada. Tu prima es la querida de mi contable. ¿Te crees que no lo sé? Y tú...
-Aurora es mayorcita-replicó Fernando-Sabe muy bien lo que quiere. ¡Dichosa ella! Arturo está vivo.
-¿Y qué me dices de ti?
-Yo ya no importo.
Y aquí os traigo la tercera parte de mi relato Una tragedia.
Deseo de corazón que, pese a todo, os haya gustado.
Mañana, el final.
-¿Qué había entre esa mujer y tú?-le preguntó doña Catalina a su sobrino-¡Dime que los rumores que circulan sobre vosotros no son ciertos! Por favor...¿Qué ha pasado?
-Elena y yo nos amábamos, tía-respondió Fernando con apenas un hilo de voz.
Cogió la mano fría de la joven.
-¿Era tu amante?-tornó a preguntarle doña Catalina.
-Yo la amaba y ella, a su vez, también me amaba-respondió Fernando.
-¿Te das cuenta del escándalo que has protagonizado? Todo el mundo recuerda que bailaste con ella en aquella fiesta que se celebró hace como unos seis meses. Dicen que ha sufrido un aborto que la ha matado. ¿Acaso tú eras el padre de ese infeliz que no ha llegado ni siquiera a nacer?
Ojos de color oscuro...Cabello largo y dorado como el Sol...Piel muy blanca...Cuerpo esbelto...Alta...Labios de color rojo...
Así quería recordar a su Elena.
Fernando no sentía el menor deseo de discutir con su tía.
Por eso, guardó silencio.
-Lo que no entiendo es lo que ha pasado-pensó la dolorida mente de Fernando-Elena parecía estar recuperada de todo.
El cuerpo que yacía inmóvil en la cama era el mismo cuerpo que había despertado a su pasión.
Fernando lanzó un sollozo que pareció más un alarido de dolor. Sólo Dios sabía lo que le había ocurrido a su amada Elena. Lo que había sufrido.
Escuchó algunos susurros de los criados. Doña Catalina, mientras, pensaba en el escándalo que se iba a producir. El Sol se colaba a raudales por el pequeño ventanuco del sótano. Iluminaba de una manera sobrenatural el cadáver de Elena. Fernando se aferró a ella. No podían separarles. Nunca les iban a separar.
Miraba con horror el rostro de su amada.
-He perdido a la único mujer que realmente he amado-pensó con dolor-No volveré a amar a nadie nunca más.
Era incapaz de asimilar lo que acababa de ocurrir en aquel sótano. Quería pensar que estaba en mitad de una espantosa pesadilla. Pero no tardaría en despertar. Y Elena estaría a su lado. Como siempre...
-¿No piensas decirme nada?-le espetó doña Catalina-Tu prima y tú me tenéis muy disgustada. Tu prima es la querida de mi contable. ¿Te crees que no lo sé? Y tú...
-Aurora es mayorcita-replicó Fernando-Sabe muy bien lo que quiere. ¡Dichosa ella! Arturo está vivo.
-¿Y qué me dices de ti?
-Yo ya no importo.
jueves, 8 de enero de 2015
UNA TRAGEDIA
Hola a todos.
Aquí os traigo la segunda parte de mi relato Una tragedia.
No es mi relato más alegre, como he dicho antes. Pero vale la pena ver todas las vertientes del amor. Incluso, la más triste de todas.
Habían pasado unos meses desde que se celebró la fiesta.
Los llantos inundaron la casona de doña Catalina. Fernando intentaba asimilar lo ocurrido. Elena, su adorada Elena, acababa de morir. La mujer que más había amado en el mundo ya no estaba.
Bajó al sótano, donde Elena dormía junto con el resto de la servidumbre. El ambiente allí era triste.
Los ojos de color gris de Fernando no podían ver por dónde pisaba. Doña Catalina también había bajado al sótano sólo para comprobar que Elena estaba muerta. Los sollozos de los sirvientes se escucharon en toda la isla. Había sangre seca en el camastro de Elena. Se decía que la joven había muerto desangrada tras sufrir un aborto.
Fernando encontró a su prima Aurora allí. Los ojos de la joven estaban llenos de lágrimas. Había llegado a encariñarse con aquella joven llamada Elena. Con aquella joven que parecía que sólo armaba bullicio. Eso le gustaba ya que hacía enfadar a su madre. Aurora ya había tomado su propio camino.
Sin disimulos, Arturo, el contable de doña Catalina, se acercó a Aurora. Toda la isla sabía que ambos eran amantes.
Arturo abrazó con fuerza a Aurora.
La mirada de Fernando se detuvo en ellos durante unos instantes. No era el momento de regañar a Aurora, ya que buscaba, en apariencia, consuelo. Se acercó al camastro donde dormía Elena desde siempre. Había nacido en aquel sótano dieciocho años antes. Era un lugar frío y húmedo.
La madrina de Elena había cruzado las manos de la joven sobre el pecho. Fernando sintió cómo sus piernas flaqueaban y cayó de rodillas ante el camastro. En aquel momento, sólo era consciente de que Elena estaba muerta. No se oía nada en el sótano, excepto el sonido de los llantos. La madrina de Elena no tenía consuelo. Ya había perdido a su mejor amiga, la madre de la joven cuyo cadáver yacía en aquel camastro, que había sido como su hermana. Estaba sola.
Fernando llenó de besos suaves el rostro de Elena.
Arturo besó repetidas veces a Aurora en la frente.
Apenas unas noches antes, Arturo y Aurora se convirtieron en amantes.
Arturo se coló en la alcoba de Aurora.
La condujo hasta el lecho donde dormía.
No podían parar de besarse con pasión. Y Aurora se dejó llevar cuando Arturo la besó en el cuello.
Se amaban desde hacía mucho tiempo.
Aurora se apartó de Arturo.
Se acercó a Fernando y le dio un beso en la mejilla.
Quiso decirle cuánto lo sentía, pero las palabras quedaron atoradas en su garganta. Fernando intuía la cercanía de su prima. Por lo menos, alguien sabía lo que él estaba sintiendo en aquellos momentos.
Arturo se acercó a Aurora y la besó con suavidad en los labios.
La hizo salir del sótano. Tenía la sensación de que la joven iba a desmayarse de un momento a otro ante la visión de la sangre que manchaba el camisón de Elena. Y alguien había retirado una especie de extraño bulto que había salido del interior de la joven que acababa de morir y que estaba atado a ella. Un bulto amoratado y ensangrentado que no había logrado desarrollarse lo suficiente como para vivir de manera independiente de ella. Un bebé...Un niño sin vida...
Arturo llenó de besos el rostro de Aurora mientras la sacaba del sótano.
Aquí os traigo la segunda parte de mi relato Una tragedia.
No es mi relato más alegre, como he dicho antes. Pero vale la pena ver todas las vertientes del amor. Incluso, la más triste de todas.
Habían pasado unos meses desde que se celebró la fiesta.
Los llantos inundaron la casona de doña Catalina. Fernando intentaba asimilar lo ocurrido. Elena, su adorada Elena, acababa de morir. La mujer que más había amado en el mundo ya no estaba.
Bajó al sótano, donde Elena dormía junto con el resto de la servidumbre. El ambiente allí era triste.
Los ojos de color gris de Fernando no podían ver por dónde pisaba. Doña Catalina también había bajado al sótano sólo para comprobar que Elena estaba muerta. Los sollozos de los sirvientes se escucharon en toda la isla. Había sangre seca en el camastro de Elena. Se decía que la joven había muerto desangrada tras sufrir un aborto.
Fernando encontró a su prima Aurora allí. Los ojos de la joven estaban llenos de lágrimas. Había llegado a encariñarse con aquella joven llamada Elena. Con aquella joven que parecía que sólo armaba bullicio. Eso le gustaba ya que hacía enfadar a su madre. Aurora ya había tomado su propio camino.
Sin disimulos, Arturo, el contable de doña Catalina, se acercó a Aurora. Toda la isla sabía que ambos eran amantes.
Arturo abrazó con fuerza a Aurora.
La mirada de Fernando se detuvo en ellos durante unos instantes. No era el momento de regañar a Aurora, ya que buscaba, en apariencia, consuelo. Se acercó al camastro donde dormía Elena desde siempre. Había nacido en aquel sótano dieciocho años antes. Era un lugar frío y húmedo.
La madrina de Elena había cruzado las manos de la joven sobre el pecho. Fernando sintió cómo sus piernas flaqueaban y cayó de rodillas ante el camastro. En aquel momento, sólo era consciente de que Elena estaba muerta. No se oía nada en el sótano, excepto el sonido de los llantos. La madrina de Elena no tenía consuelo. Ya había perdido a su mejor amiga, la madre de la joven cuyo cadáver yacía en aquel camastro, que había sido como su hermana. Estaba sola.
Fernando llenó de besos suaves el rostro de Elena.
Arturo besó repetidas veces a Aurora en la frente.
Apenas unas noches antes, Arturo y Aurora se convirtieron en amantes.
Arturo se coló en la alcoba de Aurora.
La condujo hasta el lecho donde dormía.
No podían parar de besarse con pasión. Y Aurora se dejó llevar cuando Arturo la besó en el cuello.
Se amaban desde hacía mucho tiempo.
Aurora se apartó de Arturo.
Se acercó a Fernando y le dio un beso en la mejilla.
Quiso decirle cuánto lo sentía, pero las palabras quedaron atoradas en su garganta. Fernando intuía la cercanía de su prima. Por lo menos, alguien sabía lo que él estaba sintiendo en aquellos momentos.
Arturo se acercó a Aurora y la besó con suavidad en los labios.
La hizo salir del sótano. Tenía la sensación de que la joven iba a desmayarse de un momento a otro ante la visión de la sangre que manchaba el camisón de Elena. Y alguien había retirado una especie de extraño bulto que había salido del interior de la joven que acababa de morir y que estaba atado a ella. Un bulto amoratado y ensangrentado que no había logrado desarrollarse lo suficiente como para vivir de manera independiente de ella. Un bebé...Un niño sin vida...
Arturo llenó de besos el rostro de Aurora mientras la sacaba del sótano.
miércoles, 7 de enero de 2015
UNA TRAGEDIA
Hola a todos.
Este relato transcurre en la isla de Tambo, donde transcurre mi novela El corazón de Carolina.
No es la historia más alegre que he escrito, pero el amor, al igual que la vida, tiene una vertiente trágica.
Está dividido en varias partes que quiero ir subiendo todos los días a este blog.
Pero es un relato más bien cortito que espero que os guste.
Este relato transcurre en la isla de Tambo, donde transcurre mi novela El corazón de Carolina.
No es la historia más alegre que he escrito, pero el amor, al igual que la vida, tiene una vertiente trágica.
Está dividido en varias partes que quiero ir subiendo todos los días a este blog.
Pero es un relato más bien cortito que espero que os guste.
UNA TRAGEDIA
ISLA DE TAMBO, EN LA RÍA DE PONTEVEDRA, 1815
Fernando y Elena se enamoraron durante un
baile. Éste tuvo lugar en la aldea donde ambos vivían. Esta aldea se situaba en la isla de Tambo. Era un domingo por la
tarde. Eran los primeros días de la primavera.
No
hacía frío. Pero tampoco hacía calor. Elena siempre había sido tratada por su madrina
como un ser frágil y débil. Desde que era muy pequeña había estado muy enferma.
Sin embargo, al crecer, su salud había mejorado bastante. No obstante, su madrina
seguía sobreprotegiéndola. Pero Elena quería divertirse.
De
pronto, Fernando, al que ella conocía del pueblo, se acercó a ella. Y la invitó
a bailar. Su madrina intentó detenerla. Pero Elena no les hizo caso. Quería
divertirse por una vez en su vida. Por ese motivo, aceptó la oferta de Fernando.
Se puso de pie y comenzó a bailar con él. Dio vueltas…Y más vueltas…Quería
echar a volar y casi lo consiguió.
Se echó a reír con
ganas. Se estaba divirtiendo muchísimo y eso era lo que ella más deseaba.
Fernando pertenecía a la aristocracia. En cambio, Elena era una humilde sirvienta.
Trabajaba como criada en la casona de la tía de Fernando. Él pasaba largas temporadas en la isla huyendo del ajetreo de Santiago de Compostela.
Elena parecía haber recobrado la salud desde que alcanzó la adolescencia.
Los dos no podían venir de mundos más opuestos. Fernando era el duque de Santa Comba. Ostentaba uno de los títulos más importantes de toda la aristocracia española. Además, era inmensamente rico y poseía numerosas tierras a lo largo de Pontevedra.
Elena, en cambio, era la hija bastarda de una de las numerosas sirvientas que trabajaban en la casa de doña Catalina, la tía de Fernando.
Su madre había muerto tiempo atrás. Sólo tenía a su madrina, que era quién la estaba cuidando. Elena sentía una gran envidia al mirar a Aurora. Era la hija de su señora.
Deseaba ser como ella. A escondidas, la imitaba en todos sus ademanes.
Fernando y Elena se separaron cuando terminaron de bailar. Sabían que iban a ser motivo de numerosos comentarios. En aquellos momentos, Fernando era consciente del gran escándalo que acababa de protagonizar.
¡Bailar con una bastarda! Por la vida de Fernando habían pasado muchas mujeres.
Pero...Había algo en Elena que le atraía sin remedio. No sabía a ciencia cierta de qué se trataba.
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