sábado, 10 de enero de 2015

UNA TRAGEDIA

Hola a todos.
Y aquí os traigo la cuarta y última parte de mi relato Una tragedia. 
Es bueno empezar el año terminando todo aquello que se ha terminado. Y quiero seguir terminando historias que merecen la pena que tengan un final.

                                  Elena, pensó Fernando mientras las lágrimas surcaban sus mejillas. Elena...
                                  Recordaba el primer beso que le dio. Le robó un beso en el viejo castro.
                                  La primera vez que la hizo suya.
                                  Cuando se adentraban en el bosque de eucaliptos donde podían amarse libremente y donde Fernando podía recorrer con la lengua cada centímetro de la piel de Elena. Donde ella se sentía libre de llenar el cuerpo de su amado de besos. Donde eran felices.
                                 Se aferró con desesperación a la mano de Elena, que estaba ya fría. Sus ojos recorrieron la cara de ella. Parecía que estaba dormida, con los ojos y la boca cerrados. ¿Cuándo supiste que ibas a tener un hijo mío?, le preguntó en silencio.
                              No lo sabía.
                              Se inclinó y sus labios se apoderaron con desesperación de los labios carnosos y fríos de Elena.
                              La besó muchas veces en la boca. Pero Elena ya no le devolvía los besos, tal y como hacía cuando se besaban en la Fuente de San Miguel. La certeza de que no volvería a besar nunca más a Elena le golpeó con dureza.
                            ¿Por qué has tenido que morir?, pensó Fernando con desolación.
                            Fue la madrina de Elena quién obligó al desconsolado duque a abandonar el sótano porque debía de amortajarla.
                           Aquella mujer había envejecido treinta años de golpe al pensar en que había perdido a Elena.
                            Todo el mundo lamentaba la pérdida de aquella joven que había llegado a sus vidas como un soplo de aire fresco. Fernando ya no veía nada y tenía la sensación de que ya no podía sentir nada. Ni siquiera podía sentir ya dolor.



                             Elena fue enterrada al día siguiente en el pequeño cementerio de Tambo junto a su madre.
                            Fernando abandonó la isla la misma tarde del entierro de su amada Elena.
                            La casona de doña Catalina quedó sumida en el silencio desde aquel día. Aurora y Arturo acabaron fugándose juntos.
                          Los vecinos contaron que se oía de vez en cuando algo parecido a un tarareo. Elena tenía la costumbre de cantar mientras fregaba los suelos de rodillas. Y se ve a Fernando mirarla a lo lejos con tristeza. Pero son sólo rumores.
                         Fernando nunca regresó a Tambo. Y los fantasmas no existen.
                         La gente habló durante mucho tiempo de ellos. De la trágica muerte de la joven Elena...Y de cómo el duque de Santa Comba quedó sumido en el dolor por la pérdida de su amada.

FIN

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